En el fragor revolucionario de los años 1968-1976 parafraseábamos ciegamente lo que decían los llamados intelectuales de vanguardia, y desde que ingresamos formalmente en el periodismo, en 1977, abrimos los ojos. Detectamos que algunos exponían sin indagar ni leer, y que manipulaban grotescamente cimentados en leyendas populares y en informaciones no comprobadas.
Esos escritores famosos, que publicaban columnas en diarios nacionales dando batacazos como fieras, comenzaron a dejar de impresionar nuestra ignorancia, porque llenaban espacios raudamente, luego de preguntarle a cualquiera qué tema debían enfocar. Hoy vemos que esas fecundias se engarzan en faroles de hipocresías fantásticas y soplan desde una sola ladera, sesgados por la infamia, y cuando les refutan responden con un lenguaje destemplado, levantando el pecho con la arrogancia de patriarcas intelectuales intocables.
Esos eruditos individualizados sueltan imputaciones jurídicamente insostenibles y profesionalmente irresponsables; “desbrozan”, “traducen” y “ametrallan” ciertos hechos sociales por imaginación y con datos superfluos, entresacando fragmentos históricamente descontextualizados, y sin aportar un trazo para el esclarecimiento del acto o acción que supuestamente analizan.
¿A qué vienen estas consideraciones?
El distinguidísimo y meritísimo intelectual Andrés L. Mateo escribió en este diario, en su columna del jueves 10 de abril, un artículo titulado “Volviendo a Narciso González”, “…que trivializa el crimen creando la opción falsa del suicidio, para encubrir a los verdaderos culpables”, afirmación vega, ligera y de enfermiza malignidad.
Este profesor jubilado de la UASD tira otra brazada desprovisto de un instrumental investigativo, porque evidencia que ni siquiera ha revisado fugazmente el expediente, ni ha efectuado ningún escudriñamiento, porque le bastan las referencias tradicionales. Parece que olvidó que en fenómenos harto complejos no ayudan los planteamientos aritméticos, simples, lineales y unilaterales (excluyentes), sino algebraicos, poliédricos y multilaterales (incluyentes).
La obra nuestra, “Narcisazo: ¿homicidio o suicidio? Las dos caras de una ausencia misteriosa”, se inscribe en este último método, obviando el tiránico pensamiento único del archisabio Mateo, para que la pregunta pueda ser contestada en una de las dos vertientes. Se asume como un estudio descriptivo, explicativo, exploratorio, cualitativo y preliminar de un suceso de vida.
En la hipótesis sobre el homicidio, nos preguntamos ¿pereció en una cámara de torturas?, cuestión que está acompañada de los señalamientos y pesquisas primarias; la primera comisión y los tres jefes policiales, las querellas, la Junta Indagadora encabezada por el vicealmirante Sigfrido Pared Pérez, los 23 implicados en la desaparición y las indicaciones de los acusadores, las presiones públicas, las prisiones, los diez sitios donde se dijo que habrían arrojado el cadáver, que resultaron fallidos; los juicios y decisiones dictados por los jueces de distintas jurisdicciones Alexis Henríquez Núñez, Eduardo Sánchez Ortiz, Manuel del Socorro Pérez García, Darío Gómez Herrera y Ramona Rodríguez López, y la sentencia íntegra de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que condena al Estado por negligencia investigativa y le ordena la reapertura del caso, para establecer la verdad.
¿Es acaso “encubrir” publicar los nombres de las 68 personas, entre ellos 27 oficiales superiores de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional interrogados? ¿Es “encubrir” difundir relatos de las 15 personas más citadas por las denuncias públicas y los investigadores? Señor Mateo, ¿conoce usted los señalamientos de este servidor al respecto? o ¿se atrevería dejar sus reflexiones y ampliar o rehacer tales señalamientos? Acepte, con humildad, ese reto.
La segunda hipótesis, la del suicidio Atípico, que engendra urticaria y por eso se pretende coartar el derecho de expresión, puntualiza en los orígenes y soportes de ella, incluidos la carta desconocida que dejó Narcisazo, la versión de su hermano “Fefelo”, las revelaciones de su amigo íntimo Jimmy Sierra, una indagación del periodista Saúl Pimentel, el apartado ¿dónde están los restos mortales? los que se han perdido sin rastros, el suicidio: preguntas y respuestas, Salvador Uribe Montás: politización y culto a la mentira, y las opiniones de un héroe revolucionario y cuatro juristas no contaminados.
Bien. Cuando formulamos la hipótesis del suicidio Atípico, miembros del Ministerio Público, entre ellos el fiscal Alejandro Moscoso Segarra, con quien conversamos varias veces, se mostraron incrédulos. Después que consiguieron indicios, entre ellos la carta sobre Narcisazo que estaba escondida, tomaron más en serio la posibilidad del suicidio, y cuando nos preguntaron si como perito podíamos exponer la hipótesis en una sesión de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, la condicionamos a que también siguieran investigando profundamente el posible homicidio.
Como colofón, el 23 de noviembre del 2011, los dos magistrados que desde 1997 y 1998 explotaron ampliamente detrás de la autenticidad, con una lupa de potente amplitud, emitieron sus pareceres para el libro de referencia, páginas 261 y 262. Bolívar Sánchez, procurador general adjunto, señaló “Si la carta hubiera aparecido desde un principio, el caso se hubiera esclarecido y no se hubiera complicado con propósitos políticos malsanos”, y Frank Soto afirmó: “Después de todas estas investigaciones, yo concluyo en que se suicidó”.
Cuando la inmensa mayoría de los periodistas jura que a Narcisazo lo mataron y se desvive reclamando que se establezcan responsabilidades; oficiales policíaco-militares, fiscales y jueces hurgan para saber qué paso y la sociedad exige una explicación sobre esta desaparición, procede que sean exploradas todas las hipótesis que presenten algún sustento, sin que tenga que salirse del círculo del homicidio en el que se ha dado vueltas desde hace 20 años. La búsqueda de la verdad rotula como el eje cardinal del periodista, y este ha de escarbarla no importa que barrenen los demonios de la intolerancia.
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