sábado, 31 de mayo de 2014

Minou Tavárez Mirabal entre las ausencias y presencias de la maternidad.



Daniela Cruz Gil .
Santiago
No es casual que la hija de Minerva y Manolo, la diputada Minou Tavarez Mirabal presentara esta semana su libro en esta urbe. En manos del correo, cuántas veces no habrán cruzado por Santiago rumbo a su destino, las cartas publicadas en “Mañana te escribiré otra vez”. Aquí, en las Manaclas, cayó el padre por cuya muerte ella clama justicia en los tribunales de la República para los asesinos que todavía viven, respiran.
La alegría de compartir la humanidad que atestiguan estas cartas de enamorados primero, y esposos después, se mezcla con el amargo de las ausencias que pesan. La de la madre, la del padre, la de una vida familiar ordinaria como la mayoría conoce.
¿Cuál es el recuerdo más claro y primero que usted tiene de su madre Minerva?
Me parece verla caminando así, su silueta por un pasillo, con un vaivén ahí que parece caracterizaba su caminar. Y me parece recordarla en la casa de Montecristi, poniéndose una boina y una ropa de hombre, como de guerrillera. Y también el día que se la llevaron presa. Yo, guindada de sus piernas, dando gritos y ella mandándome a callar. O sea, su preocupación era que yo no demostrara también, de alguna manera, debilidad. Y recuerdo que fue, hasta un poco dura, incluso. Y que me pasó para que alguien me cargara. Pero no mucho más de ahí. Yo tenía cuatro años, imagínate. 
¿Cómo y cuándo usted supo de su muerte?
Creo que de una vez. Yo también recuerdo eso. Recuerdo la tragedia, el llanto, la cantidad de gente en la casaÖ Pero yo me imagino que yo no tenía muy claro lo que era la muerte ni lo que eso significaba. La implicación fundamental era que yo podría volver a verla nunca más. Y luego ya con mi papá fue más traumático, probablemente. No me gusta el término pero, es posible que sea esa la palabra más apropiada. Mi familia me sacó de la casa, a mí y a mi hermano, y nos llevaron para donde una tía, para que no nos enteráramos. Pero mis otros hermanos-primos sí sabían. Los niños son cualquier cosa, menos idiotas. Entonces, yo sabía que pasaba algo, no sabía bien lo que era, evidentemente. Yo estaba leyendo en la cocina un día y vino un señor que trabajaba como encargado de la finca de mi abuela y me vino a hablar y me dijo “que el difunto Manolo...” Y esa palabra fue como si me hubiese clavado una puñalada. Y yo sabía que era algo muy malo y que se estaba refiriendo a mi papá y que era gravísimo y yo quería saber. Entonces me entró una desesperación y fui a buscar un diccionario. Y la busqué en el diccionario y entonces así me enteré de la muerte de mi papá y lo asumí conÖ como lo asumen también los niños, con mucho dolor, pero sin saber bien qué hacer con ese dolor. Me encerré, me callé, me lo tragué, lloré sola. Y me sentí también un poco engañada por los adultos, y cuando vinieron a contárnoslo, que hicieron una reunión mis dos abuelas, los tíos, tías, como para contarnos eso, ya yo sabía. Mi hermano no tenía la menor idea. Y se echó a llorar. Y yo no. Ya yo había llorado todo lo que podía llorar.
¿Cuándo usted tuvo conciencia de todo lo que implicó ese suceso familiar, la trascendencia de lo que pasó?
Yo creo que todavía no he acabado de tener esa conciencia. Es duro pero, estamos frente a una tragedia que tiene unas características muy particulares. Cualquiera que pierde a su madre o a su padre, lo perdió, y puede hacer el duelo y puede terminar, cerrar esa etapa. Pero lo terrible de esto es que no se termina nunca. Es como una herida que no termina de desgarrarse nunca. En el momento en que menos te lo piensas, aparece un documento, aparece un testimonio o te confrontas con una realidad, con respecto a la cual tienes que decir, bueno “qué habría dicho mi madre, o cuál habría sido la posición de mi padre, o valdrá la penaÖ”.
Tal vez le han hecho esta pregunta antes pero ¿cómo usted describe el esfuerzo y el amor que pusieron su abuela y su tía y madre Dedé, para sobrellevar esa ausencia de su mamá primero, y más delante de su papá?  
Como admirable. En lo que a mí respecta no me canso de admirarme. A veces lo admirable es eso que te obliga a ponerte frente a una actuación, frente a un comportamiento de alguien y tú te preguntas si serías capaz de actuar igual, de hacerlo igual, con la misma grandeza. Y eso te ubica en tu exacta dimensión. Sirve para poner los pies en la tierra.
Y a propósito de eso, ¿en qué pudo condicionar o influir esa ausencia-presencia materna en que usted  tiene en la manera que experimentó su propia maternidad?
Lo malo de las experiencias personales, es que son precisamente personales. Tú no has tenido  la oportunidad de otra experiencia, tú no puedes compararte con nadie más. De las cosas que nos robaron, está precisamente la posibilidad de crecer con nuestros padres y nuestras madres. Y a fuerza de ver cotidianamente lo extraordinario, acaba pareciéndote ordinario. Pero cuando le pones la razón a todo eso, te das cuenta que no tiene nada de ordinario. Y no te queda más que agradecerlo, que respetar, que en medio del dolor, nosotros tuviéramos el privilegio de crecer con personas que se preocuparon porque fuéramos hombres y mujeres de bien, como decía mi abuela, y como decía mi otra madre, Dedé. Que fuéramos normales, que no intentáramos sacar provecho de una historia con respecto a la cual solo teníamos responsabilidades y compromisos, jamás beneficiarnos de ella. Y también de alguna manera, estamos hablando de una orfandad que yo he venido a sentir en su exacta dimensión, ahora que Dedé Mirabal, que fue mi otra madre, murió.
A propósito del libro, las cartas desdibujan a esos seres mitológicos que la historia nos presenta y nos muestran a una pareja común pero no corriente, en ese proceso de descubrirse, conocerse, amarse, ese compromiso político y libertario, ¿es ésa la razón para hacerlas públicas ahora?
Bueno, ésa es una de las razones. O sea, yo tuve ciertamente muchas dudas, porque eso es precisamente lo que ellos eran. Y esa es precisamente su grandeza. No es otra, es ésa. Y es precisamente el mensaje que todavía hoy nos siguen enviando: que sí, que es posible, que está ahí el amor que siempre nos hace ser mejores. Y yo creo que ahí en esa historia que forma parte de lo más profundo de nuestro ser nacional, que es la historia de dos de nuestros héroes, está ese mensaje de amor. Todo ese sacrificio se hizo por amor, todo ese sacrificio se hizo por la vida. Porque no hay amor más grande que el que se entrega incluso por quienes no han nacido, a quienes les toque heredar ese mundo mejor por el que se lucha, en el que se cree. Pero los héroes están lejos, son un mito y, mientras más lejos están, menos compromiso tenemos con ellos. Entonces, tal vez uno de los valores de darlos a conocer es precisamente que nos acercan, que nos lo presentan como eso que ellos fueron: dos seres humanos comunes, corrientes y también extraordinarios.
¿Fue este ejercicio de leer las cartas, compilarlas, organizarlas, darles un contexto, una de las razones para la última decisión política que usted tomó?
Como te decía al principio, no se puede salir el mismo o la misma, después de ese proceso. Por supuesto que sí, que eso me confrontó con el presente, con lo que somos hoy como país y con lo que todavía tenemos pendiente por hacer. Y me redimensionó los compromisos y las deudas que yo, como orgullosa ciudadana de la patria dominicana, tengo. Pero las razones por las cuales yo decidí renunciar de casi dos décadas de militancia en el Partido de la Liberación Dominicana, tienen que ver con los principios, con los valores y con los objetivos que me hacen moverme en la política. Y con el hecho de que siento que esos objetivos y principios se han convertido un poco en extraños para lo que el PLD es hoy. 
Entre preguntas y respuestas
“En el año 2003, yo tenía un año ya siendo diputada cuando el cambio de la presidencia de la Cámara de Diputados. Era Lila Alburquerque la presidenta, que era del Partido Reformista. Y vino (Alfredo) Pacheco que era del PRD, y que además había un gobierno del PRD, que tenía mayoría en el Cámara de Diputados. Se armó un lío grandísimo que se apagó la luz, tiraron tiros en el recinto del hemiciclo de los diputados. Y en ese momento que había este lío tan enorme, ahí adentro. Yo me quedé sentada. Y yo vi como todo el mundo se metió debajo de los asientos. Y vino alguien y me dijo ‘bájese, diputada’, y me quiso obligar para meterme. ‘Que es que la pueden matar, están tirando tiros…’. Y me intentaba bajar y yo le decía: ‘Yo prefiero morirme de un tiro que de la vergu¨enza, si yo me meto ahí abajo’. Entonces después me dije, pero fue una locura, que simplemente no se justificaba. Pero yo lo que sentía era una indignación enorme y un dolor más enorme aun. ¿Y tanta gente se murió para que estemos hoy aquí? Entonces se me salieron las lágrimas, pero era de la indignación. ” 
“Este libro, “Mañana te escribiré otra vez”, yo lo definí como un parto. Me parí a mí misma, también. Porque no es verdad que se puede salir incólume de vivir el horror por el cual esas personas tan extraordinarias pasaron. Y quedarte tú como si nada…”.

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