marzo de 2014
En el desierto de Atacama, al norte de Chile, parece que nada podría sobrevivir.
Es uno de los lugares más secos del mundo y algunas secciones de esta extensión parecida a Marte pueden pasar 50 años sin recibir ni una sola gota de lluvia.
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Como el poeta Alonso de Ercilla lo expresó en 1569: "Hacia Atacama, cerca de la costa desértica, se ve una tierra sin hombres, donde no hay ni un pájaro, ni una bestia, ni un árbol, ni vegetación".
Sin embargo, Atacama no está desprovisto de vida.
Unos microorganismos llamados endolitos han encontrado una manera de aferrarse, ocultándose dentro de los poros de las rocas, donde hay suficiente agua para sobrevivir. "Mantienen a toda una comunidad de organismos que se alimentan de los subproductos de su metabolismo", dice Jocelyne DiRuggiero, microbióloga de la Universidad Johns Hopkins en Estados Unidos.
"Y todos se encuentran allí en las rocas, es muy fascinante", dice.
Al parecer, la vida tiene una habilidad increíble para encontrar la forma de perdurar.
De hecho, los microorganismos han existido durante casi cuatro millones de años, lo que les da el tiempo suficiente para adaptarse a algunas de las condiciones más extremas del mundo natural. Pero, ¿quedan lugares en la Tierra tan hostiles que resultan estériles?
Calor que mata
El calor es un buen punto de partida para contestar esta pregunta.
El récord de tolerancia al calor lo ostenta actualmente un grupo de organismos llamados metanógenos hipertermófilos, que se desarrollan en torno a los bordes de las fuentes hidrotermales en el fondo del mar.
Algunos de estos organismos pueden crecer a temperaturas de hasta 122 °C (252 °F).
Sin embargo, la mayoría de los investigadores creen que alrededor de 150 °C (302 °F) es el punto límite teórico para que exista vida.
A esa temperatura, las proteínas se deshacen y no pueden producir reacciones químicas, una peculiaridad de la bioquímica por la que se rige la vida en la Tierra (hasta donde sabemos).
Esto significa que los microorganismos pueden desarrollarse en torno a los respiraderos hidrotermales, pero no directamente en su interior, donde las temperaturas pueden alcanzar hasta los 464°C (867 °F).
Lo mismo sucede con el interior de un volcán activo en tierra firme.
"Realmente creo que la temperatura es el parámetro más hostil", dice Helena Santos, fisióloga microbiana de la Universidad Nueva de Lisboa y presidenta de la Sociedad Internacional de Extremófilos.
"Cuando las cosas se calientan lo suficiente", dice, "es imposible, ya que todo se destruye".
Por el contrario, parece que las altas presiones plantean menos problemas para que exista vida.
Esto significa que el calor, no la profundidad, es el que probablemente limita a qué distancia por debajo de la superficie de la Tierra se produce la vida.
La temperatura de 6.000 °C (10.800 °F) del centro de la Tierra impide absolutamente toda forma de vida, aunque la profundidad a la que se produce el límite sigue todavía en investigación.
Se descubrió un microorganismo llamado Desulforudis audaxviator casi dos millas (3,2 km) por debajo de la superficie de la Tierra, en una mina de oro de Sudáfrica.
No ha estado en contacto con la superficie posiblemente durante millones de años y sobrevive extrayendo nutrientes de las rocas que experimentan desintegración radiactiva.
Frío
La vida también existe en el otro extremo, en condiciones de temperaturas de congelación.
Las bacterias del género Psychrobacterpueden vivir alegremente por debajo de -10 °C (14 °F) en el permahielo de Siberia y en el fango de glaciares de la Antártica.
Hace poco aparecieron células vivas en un lago subglacial bajo el hielo antártico. Y el lago hipersalino Deep Lake de la Antártica alberga especies halófilas únicas, incluso a -20 °C (-4 °F).
Para sobrevivir en estos ambientes, los microorganismos poseen características tales como membranas y estructuras proteínicas especialmente adaptadas y moléculas anticongelantes dentro de sus células.
Dado que la Tierra ha estado cubierta de hielo varias veces desde que la vida evolucionó por primera vez, "un lago cubierto de hielo en la Antártica no parece tan extremo", explica Jill Mikucki, microbióloga de la Universidad de Tennessee, Estados Unidos.
Normalmente, la radiación tampoco disuade a los microorganismos.
Siempre y cuando no se encuentren en camino directo a una explosión atómica, que probablemente los abrasaría, pueden desarrollarse, por ejemplo, en contenedores de residuos radiactivos o cerca del epicentro del desastre de Chernóbil, en Rusia.
El Deinococcus radiodurans, uno de los organismos más resistentes a la radiación, ha sobrevivido a viajes al espacio y puede soportar dosis de radiación de hasta 15.000 grays (la medida estándar de la dosis absorbida de radiación).
En el caso de los seres humanos, tan solo 5 grays provocan la muerte.
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