La pregunta se desdobla en dos cuestiones diferentes muy interesantes: una sobre la legitimidad del poder pagano en sí; otra sobre la legitimidad de la dominación romana en particular, considerando que se trataba del pueblo de Israel, cuyo soberano era Dios. ¿Reconocer la dominación romana no sería renunciar al vínculo absolutamente especial establecido por Dios con el pueblo de Israel? Cuestiones delicadas, sobre todo la última, que el lector hace bien en levantar.
Para que todos puedan seguir cómodamente la respuesta a estas cuestiones, conviene reproducir el texto de San Mateo mencionado (cap. 22):
15. Entonces los fariseos se retiraron a tratar entre sí cómo podrían sorprenderle en lo que hablase. 16. Y le enviaron sus discípulos con algunos herodianos que le dijeron: Maestro, sabemos que eres veraz, y que enseñas el camino de Dios conforme a la pura verdad, sin respeto a nadie, porque no miras a la calidad de las personas.17. Esto supuesto, dinos qué te parece: ¿Es o no es lícito pagar tributo al César? 18. A lo cual Jesús, conociendo su malicia, respondió: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? 19. Enseñadme la moneda con que se paga el tributo. Y ellos le mostraron un denario. 20. Y Jesús les dijo: ¿De quién es esta imagen y esta inscripción? 21.Respóndenle: Del César. Entonces les replicó: Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.22. Con esta respuesta quedaron admirados, y dejándole, se fueron.
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El dilema farisaico
Como se ve, la embajada enviada por los fariseos quedó admirada con la sabiduría de la respuesta de Jesucristo, retirándose desconcertada y sin tener qué replicar. San Lucas comenta que “callaron”, “y no pudieron reprender su respuesta delante del pueblo”, ni delante “del gobernador” Poncio Pilatos, como pretendían (Lc. 20, 20-26).
La pregunta hecha a Jesucristo era de extrema gravedad, pues comportaba un dilema, del cual creían que Él no podría salir.
Si dijese que no se debía pagar el impuesto a César, lo acusarían ante Poncio Pilatos como sedicioso contra el poder de Roma.
Si dijese que se debía pagar el impuesto, estaría rechazando el carácter teocrático del pueblo de Israel (gobernado por Dios), sometiéndolo al poder de César y de Roma. Más aún –aspecto minor, pero importante del punto de vista de la opinión pública– aprobando el pago de los impuestos, desagradaría al pueblo, que odiaba a los publicanos, los recolectores de esas contribuciones.
La cuestión era pues embarazosa desde todos los puntos de vista.
Examinemos ahora las dudas presentadas por quien me escribe.
Legitimidad
Toda sociedad que se constituye de acuerdo con la naturaleza de las cosas tiene el derecho de proveerse de una autoridad legítima. Comenzando por la familia, cuya autoridad está constituida por los padres (padre y madre), con la supremacía del padre en última instancia (no obstante los reclamos indebidos de los movimientos feministas mal orientados y de los códigos civiles vigentes en algunas naciones). Aunque la familia sea pagana o simplemente no católica, la autoridad de los padres es legítima por la propia naturaleza. Así, también las naciones, aunque paganas, podían dotarse de una autoridad legítima, la cual debería ser acatada por los súbditos, a no ser que ordenase algo contrario a las leyes natural o divina. En esas condiciones, no hay por qué negar la legitimidad de la autoridad romana, considerada en sí misma.
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