sábado, 3 de mayo de 2014

"Si hubiéramos seguido en la ambulancia… eran capaces dispararnos" (familia de bebé muerta por culpa de la DNCD)

Con lágrimas en los ojos y los dedos llenos de impotencia, Dilenia evoca el momento en el que se abrieron las puertas al luto, debido a un chequeo efectuado por la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD), y que, asegura, influyó en el deceso de su hija, Carla Michel Rosario, de cuatro meses.

SAN CRISTÓBAL, República Dominicana.- Su mirada parece absorta en algún recuerdo, que ahora se antoja triste, enfocando en el suelo de cemento.  Hinchados sus ojos, entrelaza los dedos y aprieta la mandíbula. El llanto hace acto de presencia casi al instante. Lágrimas recorren su rostro de quinceañera, ahora oculto tras sus manos, ahogada entre sollozos.
“Ellos no tenían que pararlos. Ellos tenían que dejarlos cuando les dijeron que la niña mía estaba grave”, reclama Dilenia al viento y al polvo que ingresa al domicilio, ubicado en el sector Villa Progreso, San Cristóbal, y que se cuela por la angosta puerta que da a la calle desnuda de pavimento.
“Yo se la dejé a María, pero fue para que me la traiga viva, no para que me diga que mi hija se murió”.
Dilenia estruja los ojos y gotas como lunas desfilan por sus mejillas morenas, sentada en una silla del desvencijado comedor, del color del amarillo claro. Su juventud parece escaparse con cada lamento, mientras que la desesperación hace nido en su pecho. Las largas uñas teñidas de rojo, reflejan un momento más alegre y que giró estrepitosamente en cuestión de horas, tras conocerse el deceso de su niña de cuatro meses, el pasado jueves 01.
“Ella lo que tenía era una fiebre”, afirma, haciendo una pausa para recuperar el aliento. “A esta hora ella hubiera estado jugando conmigo, halándome los moños”, declara antes de echarse rendida sobre el regazo de María Arias, tía de la niña.
María Tejeda la observa, sentada frente a Dilenia con lágrimas en sus parpados, los ojos enrojecidos y los dedos llenos de impotencia, humedecidos por la tristeza. Evoca el momento en el que se abrieron las puertas al luto, debido a un chequeo efectuado por la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD), y que, asegura, influyó en el deceso de Carla Michel Rosario, sepultada este viernes 02, en el cementerio de Sainguá.
Relata que próximo al cruce de Quita Sueño, oficiales de la entidad antidroga, vestidos de civil y armados, detuvieron de forma agresiva la ambulancia en la que era transportada la infanta en estado de gravedad, aquejada por problemas respiratorios y fiebre.
“No dijeron nada”, relata María, mientras coloca su mano izquierda sobre su rostro, reproduciendo el esfuerzo del médico residente que acompañaba a la niña y a sus familiares. Agarraron al conductor por el pecho, ¡apéese! A la fuerza. El doctor tenía el oxígeno agarrado con la mano. Ellos halaron al doctor y el oxígeno de la niña se desprendió… en eso fue cuando la niña expiró”.
La impotencia da paso a la tristeza en la voz de María, quien comenta los atropellos recibidos por el médico residente, el doctor Mendoza, a quien “trataron como a un delincuente”, pese a que repitió incansablemente la gravedad de la pequeña.
En el Hospital Robert Reid Cabral hicieron todo lo posible por salvarla. Dice que se sostuvieron de la fe para que pudiera resistir el viaje hasta el centro hospitalario, pero fue tarde.
“Esa niña era un pedacito del corazón de uno. Yo le decía: mi niña, por favor… ten fe, mi amor. Y decía: Padre, tú haces milagros, por favor, Señor...  pero…”, hace una pausa y traga en seco, “ellos se encargaron de quitarnos esa pobre niña”.
“Eran capaz de dispararnos”.
“No es como dice la dirección de la DNCD. La verdad tiene que salir a la luz. Por eso es que este país está así, porque la verdad siempre se tapa con dinero”, afirma María. No titubea al señalar a la entidad como los culpables del fallecimiento de Carla Michel. “No fueron tres minutos que nos tuvieron parados”.
Reporteros de Acento.com.do. intentaron contactar al doctor Méndez en el hospital Juan Pablo Pina, sin embargo, en la dirección afirmaron no tener su número telefónico, tras una visita al área de pediatría, en la emergencia del referido centro. Asimismo,  médicos residentes dijeron desconocer al doctor.
Explica que tardaron unos 25 minutos desde que le dieron la orden de detenerse hasta que emprendieron el resto del viaje, supuestamente, luego de recibir ultrajes por parte de los oficiales.
Sus palabras recorren la estrecha sala y el comedor, cubierto ahora por niños que pululan en el espacio. María sostiene con sus dedos una foto de la bebita, mientras asegura que teme por su vida, por ser testigo de los supuestos abusos cometidos en contra.
“Son capaces de hacerme un lío por ahí… cualquier cosa que a mí me pase, pongo mi vida en la responsabilidad de ellos. Si nosotros hubiéramos seguido en la ambulancia, eran capaz de dispararnos”.
Don Porfirio, así lo corrobora. En el parqueo del hospital, cuenta que cuando fueron detenidos, se le dio la orden de salir de forma arbitraria del vehículo y lo obligaron a colocar las manos en alto sobre la ambulancia, a uno de los lados.
Con voz firme, detalla que una vez que se detuvo el vehículo, abrieron las puertas inmediatamente para que vieran la niña, sin que pudiera captar la situación que ocurría en el otro extremo.
“Solo hicieron señales de pare con las manos y los rifles. ¡Deténgase, deténgase! Si no me paro me metralla, tenlo por seguro”, asegura, a pesar de que daba indicaciones para que le dieran paso a través del altavoz, explicando la situación.
Indignación.
Don Otilio, abuelo de Carla Michel, no puede ocultar su molestia e indignación. Expone que recibieron la solicitud ayer de parte del jefe de la Dirección de Drogas, quien expresó que estaba en disposición de recibir una comisión, pero afirma que hasta ahora no hemos obtenido una respuesta.
“Él nos va a recibir, pero, ¿qué se está haciendo? El tenía que mandar una comisión aquí, porque somos los agredidos. Aquí fue que pasó el caso”, critica, mientras apunta que ninguna autoridad se ha presentado en su vivienda para conocer el caso. “Esto no es cuestión de que nosotros tengamos que ir allá. Creo que el Mayor General tiene responsabilidad y creo que de aquí a mañana debe haber una comisión”.
Nuevamente, su indignación se apodera de su voz al momento de pedir justicia por el deceso de su nieta.
“Si de aquí al lunes no tenemos una respuesta, este barrio va para allá, para la Máximo Gómez. Me siento indignado, me siento incómodo. Si no vienen, el lunes hablamos, entonces el caso va a ser más grande, porque entonces a lo mejor nos van a ametrallar cuando les tapemos el frente allá”.
Los niños se agolpan a su espalda y escuchan cada palabra con oídos inocentes. Una señora en el fondo se toca los labios, mientras que una joven aleja a un chiquillo inquieto que se mueve de un lado a otro. Todos guardan silencio. Dilenia se aparta de los presentes y se diluye más allá del marco de la puerta.
“Fue un abuso”, afirma María. “Eso fue un abuso”.

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