martes, 25 de marzo de 2014

Macabra danza mortal

Entre mis primeras memorias infantiles sobresale una preescolar de primavera. Una mañana sabatina recuerdo ver a un grupo de humildes agricultores que se turnaban para cargar sobre sus hombros una especie de improvisada camilla de sábana blanca que movían a lo largo de un polvoriento camino real. Redujeron la marcha frente a nuestra casa para vaciar en el retrete un líquido diarreico ensangrentado contenido en una bacinilla esmaltada.
Dentro de la litera yacía en posición horizontal el cuerpo moribundo de un hombre con apenas fuerzas para pedir agua. Pude ver la palidez de su rostro más blanco que la tela a su derredor.
Mi madre colocaba una jarra con agua fresca en la boca de aquel señor con dificultad respiratoria y un hablar apenas audible.
Ocho culebreros quilómetros en sube y baja, a través de los montes de la cordillera septentrional, cruzando en varias oportunidades las entonces caudalosas aguas del río Pérez hubo de transitar el esperanzado grupo solidario, antes de arribar a la clínica del Dr. Mendoza, único centro asistencial de salud ubicado en el poblado de Altamira.
Este valeroso galeno hizo honor a una pintura colocada en la sala de espera de la emergencia, la que mostraba a un hijo de Hipócrates arrancándole un enfermo a los brazos de la muerte, representada por un pavoroso esqueleto. Guillermo, que así se apodaba el paciente, logró salir con vida de una disentería por fiebre tifoidea.
Medio siglo después se cuentan conservadoramente por decenas, o más bien por centenares los hombres, mujeres y niños que ameritando ser atendidos en clínicas u hospitales de mayor complejidad son conducidos a las emergencias en condiciones de sumo cuidado, iniciando de esa manera su odisea con una macabra e inhumana danza mortal.
Estos infelices son transportados de centro en centro, en horario tanto diurno como nocturno, quienes en vez de recibir las atenciones pertinentes que su caso amerita, sólo obtienen como respuesta la inoportuna recomendación de seguir bailando la marcha fúnebre hacia otro hospital, debido a que faltan camas, equipos médicos, sangre, personal capacitado, pero más que otra cosa, falta voluntad humana para salvar a un moribundo frente a la mirada impotente de unos deseperados familiares. Se acabaron las escenas de las parihuelas y literas de antaño, en su lugar contamos ahora en el ambiente urbano con transporte vehicular ya sea de motocicletas, servicios de taxis o ambulancia, según las posibilidades. Sin embargo, ahora los fallecimientos son más frecuentes y socialmente más dolorosos.
Cierto que la población ha aumentado, también es verdad que la demanda de servicios se ha acrecentado y concentrado en las grandes urbes, pero no deja de ser cierto el hecho de que la sensibilidad humana ha disminuido grandemente. Ya no se pregunta por quién doblan las campanas, ni a quién conducen al camposanto, tampoco reflexionamos alrededor del hoy por ti y mañana por mi, ni nada humano me es ajeno.
Tarea hermosa de titanes es llevar servicios de salud oportunos, efectivos y eficientes al seno de todo el pueblo dominicano, sin excepción de gente por sexo, edad, origen ni grupo social, raza, credo, ni mucho menos por nacionalidad. ¡Todos a favor de una humanidad saludable y segura!

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