Cómo no rendir tributo a don Adolfo Suárez, el gran arquitecto de la transición democrática de España, tras la larga dictadura de Franco que se impuso durante casi cuatro décadas! España entera y los demócratas de todo el mundo le reconocen como uno de los grandes estadistas de nuestro tiempo, un hombre que sobrepuso el progreso de su país por encima de todo interés grupal o personal.
Escogido como presidente de la España seis meses después de la muerte del caudillo Francisco Franco, el secretario general del partido franquista no vió en su herencia una oportunidad para erigirse un monumento personal, repartir el Estado entre los suyos ni pretender establecer un nuevo reinado caudillista. Por el contrario dedicó sus energías, talento y capacidad de concertación para desmontar la estructura dictatorial y abrir puertas y ventanas a los aires de la libertad y la democracia.
Adolfo Suárez, con el apoyo del rey Juan Carlos, optó por la democracia plena, por la reinserción de España en el mundo democrático después de tantos años de opresión y hasta aislamiento, en plena Europa. Había que tener mucho valor para correr el riesgo de aparecer como un renegado. Y un talento y sagacidad especial para vencer los recelos y desconfianzas de quienes lo veían como heredero de la dictadura.
El cuadro no era nada halagador. La dictadura se había erigido sobre cientos de miles de cadáveres en una de las guerras civiles más atroces de la historia, que lanzó millones al exilio político y económico. Suárez enfrentó airoso la herencia de odios, resentimientos y desconfianzas entre los españoles. Y renegó de la prisión política y el exilio, se juntó con Santiago Carrillo y legalizó el partido Comunista, llamando a elecciones libres de las que salió airoso dos veces en cinco años para quedar en el ostracismo político al tercer intento.
Fue el forjador de reformas fiscales y laborales, de los Pactos de la Moncloa y de una nueva Constitución que relanzaron a España, lidiando con los nostálgicos de la dictadura y con los desesperados del terrorismo. Terminó empeñando su liderazgo en su partido para emprender una nueva formación política. Su desgracia fue tal que de 168 diputados en la elección de 1979 cayó a 11 en 1982 y apenas dos con su nuevo partido.
Suárez se sacrificó, y fue víctima propiciatoria de una sociedad que quería experimentar con nuevos actores políticos más a la izquierda de sus correligionarios, muchos de los cuales, como él mismo, apenas conjugaban el verbo democratizar. Solo el paso del tiempo reivindicaría su figura histórica, de lo que no pudo disfrutar porque el alzhéimer lo fue consumiendo durante la última década.
En su vida personal tampoco fue afortunado, ya que las cuatro mujeres de su vida, su esposa María Amparo y tres hijas, padecieron de cáncer. La compañera moriría en 2002 cuando luchaban con la enfermedad que consumiría a Mariam, la hija mayor.
En el 2002 para el décimo quinto aniversario del telediario Uno+Uno, de Teleantillas, quisimos tenerlo como invitado de honor, pero la reciente muerte de su esposa y la enfermedad de una de las hijas lo imposibilitaron. Tuvo cuadros depresivos y por ahí mismo empezó su degeneración neurológica.
Adolfo Suárez permanecerá en la historia de España, cabeza erguida como cuando el coronel Tejero asaltó el Congreso en 1981, pretendiendo un golpe de Estado, y sólo él, su vicepresidente Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo desafiaron el tiroteo sin lanzarse al piso.
Loor al gran estadista ante cuya partida se puede evocar el poema de nuestro Manuel del Cabral: “hay muertos que van subiendo mientras más su ataúd baja, hay muertos como raíces que hundidas dan fruto”. Ojalá que su evocación arroje nuevas fuerzas para que España supere sus actuales dolencias, enconos y divisiones.
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