Si aplicásemos el principio de continuidad del Estado –no importa la fuerza política que gane las elecciones de 2016– el siguiente período de gobierno debería focalizarse fundamentalmente en las reformas estructurales que definan una crítica y definitiva ruta hacia el desarrollo.
El presidente Danilo Medina, con la amplísima popularidad sin precedentes que sostiene en el tiempo, ha tenido la oportunidad de liderar cambios profundos en aspectos en los que históricamente acusamos enormes déficits.
Me refiero a seguridad pública, política fiscal y tributaria, servicios públicos básicos, como electricidad, agua, transporte, salud y al establecimiento de una cultura de competencia con regulaciones de mercado que hagan más eficiente la economía y eleven la calidad de vida de la gente.
No hay dudas que el gobierno de Medina ha comenzado a construir una plataforma de cambios trascendentes, pero que requerirán consolidación: el pacto educativo, la alfabetización, la democratización del crédito, impulso a las pymes, el empleo, la masiva construcción de escuelas y el inicio del pacto eléctrico.
Un valor no regateable a la gestión de Medina es su concentración en mitigar el impacto de la deuda social y la exclusión que atenta contra la dignididad de las personas, aunque todavía falta por recorrer un largo trecho.
Debemos reconocer el esfuerzo por el saneamiento de las finanzas públicas a partir de una reducción del portentoso déficit fiscal, así como la estabilidad de importantes indicadores de desempeño macroeconómico, como tasa de cambio, tasa de interés, inflación.
Lo peor que podría pasarnos es que a partir de 2016 entremos de nuevo a un período de ruptura basada en la maldita práctica de inventar el país cada cuatro años.
En ese contexto, los electores no debemos dar paso al poder a cualquier fulano que ande pregonando leyendas urbanas, haciendo cuentos fantásticos con discursos mesiánicos y redentoristas. Seleccionemos líderes comprometidos con el cambio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario