En cambio, sobre el caso de los dominicanos de origen haitiano pienso lo siguiente: No hay ley sobre la tierra que me obligue a pensar que alguien que, como Juliana Deguis, por ejemplo, habla el español con un acento idéntico al mío, no sea dominicano.
La conciencia no tiene amigos. La conciencia no tiene hermanos. La conciencia no tiene patria. La conciencia dirige los pensamientos y las acciones: un faro en medio de la noche. A continuación deseo compartir algunas reflexiones sobre el tema haitiano. Reflexiones surgidas de un análisis concienzudo.
Debo aclarar que yo también compartí la visión que mayoritariamente tienen los dominicanos sobre el tema haitiano. Yo también fui adoctrinado desde niño contra una nueva invasión haitiana. Yo también miré a un niño haitiano – tan niño como yo – con ojos llenos de odio. Yo llegué hasta a manipular el revólver paterno – sin balas, naturalmente – preparándome para la futura guerra patria en la que participaría.
Pero, ya lo dijo el apóstol de los gentiles: “Cuando yo era niño, pensaba como niño, razonaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, dejé las cosas de niño”. Y así como, mientras viajaba hacia Damasco, la luz divina puso fin a sus prejuicios, así la luz de la razón puso fin a las mías.
No creo que la animadversión hacia los haitianos esté basada sobre el tema racial. Al menos no completamente. Me parece, más bien, que su origen se encuentra en el recuerdo los desmanes que se cometieron durante las invasiones de Dessalines y en la ocupación a la que sus compatriotas sometieron el territorio que devendría la República Dominicana. Recuerdo reforzado en la escuela a través de una visión desequilibrada y simplista de la ocupación haitiana.
Nadie puede negar que esos desmanes fueron abominables. Nadie puede negar, por ejemplo, que las matanzas con bayonetas de niños en Moca y Santiago fueron crímenes viles e injustificables. Nadie puede prohibir la indignación ante estos crímenes horrendos.
Pero persistir en tal indignación, vieja de al menos siglo y medio, me parece un rencor, una simplificación y una fijación basadas en faltas de la razón. Rencor, simplificación y fijación que deberíamos trascender.
Pensemos en las dos guerras mundiales, iniciadas por Alemania: Setenta y ocho millones de muertos. Pensemos que la gran mayoría de ellos tuvieron lugar hace apenas setenta años. Los franceses y los alemanes tienen razones de sobra para guardarse rencor mutuamente. Al igual que los rusos y los polacos. Al igual que los americanos y los japoneses. Sin embargo, hace ya mucho tiempo que todas esas naciones superaron esos rencores y los dejaron en el pasado ¿Por qué no podríamos hacer lo mismo?
Por otro lado, si los franceses no culpan a los alemanes por los crímenes de Hitler, ni los polacos culpan a los rusos por los crímenes de Stalin, ni los americanos culpan a los japoneses por los crímenes de Hirohíto como tampoco los japoneses culpan a los americanos por las bombas criminales lanzadas por Truman, ¿Por qué tendríamos que seguir culpando a los haitianos actuales por los crímenes cometidos por la soldadesca de Dessalines hace doscientos años? Esta simplificación me parece incomprensible.
Finalmente, me parece penoso que nos concentremos solo en lo negativo. ¿Acaso los haitianos no pagaron a Trujillo su cuota de sangre al igual que los dominicanos? ¿Acaso no acogieron los haitianos a Francisco del Rosario Sánchez y a otros tantos próceres que se refugiaron en sus tierras para huir de nuestras dictaduras?
La conciencia no tiene patria, ya lo hemos dicho. Fue por eso que varios miembros de la familia Montás fueron independentistas y restauradores, a pesar de ser hijos y nietos de haitianos. Fue por eso que la constitución de 1844 se firmó en la mesa de uno de estos Montás. Más meritorio aún, fue por eso que Antonio Duvergé peleó en contra de los haitianos, ¡a pesar de compartir con ellos el cien por ciento de su sangre! Fue por eso que el poeta haitiano Jacques Viau no dudó un segundo en pelear contra los invasores americanos y sus acólitos dominicanos y ofrendar su vida por la soberanía dominicana, el 15 de junio de 1965.
El que los haitianos sean discriminados o no en nuestro país es el origen de apasionadas discusiones. Personalmente creo que sí. Podría citar muchos ejemplos que entiendo lo demuestran, pero me limitaré a uno. Recientemente los dominicanos de origen haitiano – que no los haitianos mismos – fueron el objeto de leyes draconianas que intentaron ser aplicadas con la mayor celeridad. Me parece que en un país donde las leyes son letra muerta, donde a las leyes se les hace el caso del perro, donde cualquier político se limpia el culo con las leyes, con perdón, aplicar la ley solo a los haitianos – o a los dominicanos de origen haitiano o, dicho sea de paso, a los dominicanos pobres – es un acto de discriminación.
Que quede claro: No propugno por que seamos una sociedad completamente desprovista de leyes. No propongo que vivamos absolutamente como chivos sin ley. Al contrario, me gustaría que Dios me de una larga vida para ver el día en que la ley se aplique a todos por igual. A haitianos y dominicanos. A políticos y chiriperos. A empresarios y pulperos.
Específicamente sobre el tema haitiano, mi posición es clara: Deben existir leyes de migración justas que se apliquen de forma justa e igualitaria a todos los extranjeros ilegales por igual. Pero los dominicanos debemos asumir plenamente las consecuencias de cualesquiera de las soluciones que dicha ley contemple: Si se trata de regularización, deberán asumir que la ley los protegerá desde el punto de vista laboral y de salud, por ejemplo. Si se trata de una expatriación masiva de haitianos, deberán asumir el desplome de los sectores que dependen mayoritariamente de la mano de obra haitiana y contrarrestar sus ausencias.
En cambio, sobre el caso de los dominicanos de origen haitiano pienso lo siguiente: No hay ley sobre la tierra que me obligue a pensar que alguien que, como Juliana Deguis, por ejemplo, habla el español con un acento idéntico al mío, no sea dominicano.
El patriotismo es el amor de la patria. El patrioterismo es el odio de las demás. Me parece lamentable que los que se rasgan las vestiduras por lo que consideran como perjuicios ocasionados por los haitianos a nuestra patria guarden un silencio servil ante los dominicanos – sobre todo políticos – que sí atentan contra la misma. Su justificación es débil: Ese es otro tema. No es verdad, no es otro tema. La patria es una y poco importa la nacionalidad de los que atenten contra ella.
“Patriotismo es el sentimiento de que mi país es el mejor porque nací en él”, dijo Shaw. Coincido plenamente con él. Mal podría adherirme a una postura patrioterista siendo, como soy, un extranjero en una Europa donde también existe una extrema derecha xenófoba. Por cierto, siento una profunda pena cuando veo a dominicanos citar a la francesa Marine Lepen, ignorando que su partido se basa en el odio a los extranjeros, que su padre ha sido condenado por negacionismo del holocausto por decir que las cámaras de gas donde murieron millones de judíos fueron solo “un detalle de la historia”.
Terminaré alegando que el mundo no debería dividirse en países sino en buenos y malos, en virtuosos y viciosos. Que los Montás independentistas hicieron más por nuestra patria que Félix Bautista, por ejemplo; que Antonio Duvergé hizo más por nuestra patria que Félix Bautista, por ejemplo; que Jacques Viau hizo más por nuestra patria que Félix Bautista, por ejemplo. Y que siento pena también cuando veo que contra Félix Bautista no hay ley ni jueces que valgan.
He aquí lo que sobre el tema haitiano me dice mi conciencia.
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