Es domingo. El reloj marca las seis de la tarde. Hasta ese momento disfrutaba de una extraña tranquilidad propia de los fines de semana; es un día en que el oído te pide música suave, preferiblemente del ayer. Pongo Sonido Suave, protestan las nietas más grandes; quieren radio Disney o una tal 99.3. Me impongo, es mi día. Por más que no quiero, cabeceo; los más pequeños me mantienen en suspenso con el correteo, tirando pelotas o los acostumbrados pleitos por un carrito o una muñeca.
Suena mi celular. Llaman para informarme que mi madre se cayó y que mis primos la llevaron de urgencia al Hospital Darío Contreras.
La razón: visitaba una hermana que vive en la zona oriental. Me pongo ropa adecuada y en un santiamén llego al Darío.
Al aproximarme al centro hospitalario, diviso, no tan lejos, una camilla que sale de emergencia dando tumbos por la calle interna con un asfalto lleno de desniveles por las inclemencias del tiempo. Es ella, mi madre; me entero que la llevan a tomarse unas placas de emergencia a otro edificio cercano, con grandes quejidos de dolor por los tumbos del transporte. El centro de traumas más importante del país está en reconstrucción y todo anda de vuelta y media; los responsables de la obra han abierto demasiados frentes y los servicios hospitalarios están críticos… mucho más que antes.
Y en emergencia las placas muestran lo que los médicos sopechaban y lo que nosotros no queríamos oir: hay rotura de cadera. Mi madre quedó sin seguro recientemente tras la muerte de mi padre y nadie lo garantiza a la edad de 86 años. Llamo a varios de los más altos funcionarios del Palacio Nacional, de quienes creí que podían nayudarme. Nadie responde.
Apunto a otro lado y, a través de un senador amigo, consigo comunicación con el subdirector del hospital de Herrera, pero en dos días de espera no se consiguió cama. Sigue la agonía. La pasan a cuidados intensivos, aunque no es la gran cosa. Es un oasis para el necesitado. Al otro día, le molesta a la doctora encargada y firma el traslado a la sala de mujeres; hablo con el subdirector, y nada; su recomendación fue que si fuera su mamá la sacaba de ahí.
Claro, no es para ese nivel, es para perros. Es una pocilga, cuarticos con cinco y seis pseudo camas, cada quien se proporciona su abanico, pacientes con varios meses internados esperando recuperación o cirugía, cucarachas y mosquitos por doquier, la comida para porquerizas servidas hasta en poncheras, las atenciones, mínimas, mucha desesperación, es un infierno, es infrahumano.
Cuánto pasa el necesitado.
En el Darío realmente almacenan pacientes.
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