La revuelta cívico militar que estalló un día como hoy de hace 49 años, en vez de cubrirse con manto de olvido debería convertirse en dolorosa experiencia histórica para que nunca más ningún interés político, económico, nacional o foráneo intente imponer cambio de reversa al carruaje de la democracia dominicana. Ese 24 de abril de 1965, un grupo de militares, la mayoría de baja graduación, se reveló contra el Triunvirato y su extendida madeja de corrupción para reclamar junto al liderazgo político liberal el retorno de la constitucionalidad interrumpida en 1963 con el derrocamiento del profesor Juan Bosch.
Los mandos militares de entonces no aceptaron el clamor de reposición del gobierno democrático de Bosch, lo que dio lugar a una conflagración civil, que a los cuatro días se convirtió en Guerra Patria ante la grosera intervención militar de Estados Unidos.
Lo mejor de la juventud dominicana resistió con más valor y dignidad que fuerza convencional a miles de tropas estadounidenses y la soldadesca de virtuales colonias que pretendieron legalizar ese vil atropello con una simulada Fuerza Interamericana de Paz.
Es claro que la anatomía social de la nación rechazó el brebaje letal de represión y corrupción con el que se intentó liquidar a la incipiente democracia, porque el pueblo dominicano no aceptó ni aceptará jamás que dictadores o tiranos desgobiernen a la patria de Duarte.
No hay razón para celebrar por un episodio en el que dominicanos se enfrentaron a dominicanos, pero es de justicia elevar al pedestal más alto de la gratitud humana a miles de hombres y mujeres que ofrendaron sus vidas en defensa de la soberanía, libertad, democracia y justicia social.
Una vez consumada la intervención militar de Estados Unidos, el honor nacional fue reivindicado por un improvisado Ejército del Pueblo, encabezado por el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, leales oficiales, clases y alistados y civiles, la mayoría de los cuales accionaron un fusil por primera vez. A todos ellos, una patria agradecida rinde hoy el mayor de los tributos.
La Revolución de Abril se erige como un extraordinario episodio de gloria y dolor, pero también como la más extraordinaria advertencia histórica de que cualquier aventura antidemocrática o intento de reprimir las libertades públicas correrá la misma suerte de los antihéroes que provocaron el golpe de Estado de 1963.
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