miércoles, 4 de febrero de 2015

Óscar Arnulfo Romero y Galdámez *.



El responsable de estas líneas en el día de hoy, es: Óscar Arnulfo Romero, cuyas palabras pronunció durante una homilía y que era transmitida por la radio, un día entes de su muerte, el 24 de marzo de 1980.   
    
“Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles... 
    
Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: "No matar". 
   
 Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia, y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. 
    
La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. 
Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. 

En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión”.

*El arzobispo Oscar Romero, fue beatificado ayer por el Papa Francisco. Condenó la represión por el ejército salvadoreño al comienzo de la guerra civil de 1980-1982 entre el gobierno derechista y rebeldes de izquierda.

BAJA
Lo que se paga con la vida 

En los países vulnerables como el nuestro, en el que tarde o temprano se termina sirviendo a la impunidad y la corrupción, resulta que ciertas denuncias y decir la verdad, puede costarte la vida.  

Si no decides sumarte al boceto, hay que abstenerse a las consecuencias. 
Digo esto, a propósito de la beatificación ayer, de Monseñor Romero, aprobada por el Papa Francisco, quien ha roto los cánones ultraconservadores de la Iglesia Católica. 
    
Monseñor Romero, fue asesinado por denunciar en todas sus homilías la violencia social producida por el ejército salvadoreño y de la izquierda armada; por su prédica en defensa de los derechos humanos y por identificarse con las  víctimas de la violencia política de su país.
    
Por ser un sacerdote con convicciones propias y coherentes, y no tener privilegios con nadie. Por decir la verdad. Y, en ocasiones, decirla, resulta tan peligroso ante la vulnerabilidad y el poder corrompido y extendido, que puedes terminar con una bala en el corazón como terminó Oscar Romero.

Es lamentable que uno tenga que pensar de esta manera, porque en Latinoamérica, estar calladitos y seguir la corriente, es la mejor opción, y más si eres periodista, político, o lo que seas. No digo que forme parte del montón, pero si no formas parte de él (del montón) directa o indirectamente, puede que el aislamiento y la soledad te maten, por el frente o por la espalda, y tu carne verde sea arrancada y tragada por cuervos hambrientos. 

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