Aunque durante la Era de Trujillo, de 1930 a 1961, todavía no había concreciones alrededor de la teorización sobre la violencia contra las mujeres, es claro que esa parte de la población dominicana sufrió en carne viva las vejaciones y abusos de la tiranía.
Decenas de obras narran las historias de féminas que fueron vendidas, violadas, torturadas o asesinadas durante el régimen.
Y hubo tanta saña que el mundo actual debe conmemorar cada año el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, en memoria de las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal, que murieron a manos de esbirros de la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo Molina, junto a Rufino de la Cruz, quien las acompañaba como chofer, el 25 de noviembre de 1960.
Mujeres como objetos. La primera fase del régimen dictatorial coincidió con la época en que las mujeres todavía eran vistas como objetos. En diciembre de 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos consagró los derechos del hombre y del ciudadano. Para ellas, en el país no existía la posibilidad de sufragar hasta 1942, cuando con un fin meramente electorero el trujillato accedió a permitir el voto femenino.
Los estudios estaban enfocados en la economía del hogar, la crianza de los hijos y la obediencia a los preceptos religiosos. Llegar a nivel universitario era una osadía de algunas pioneras que, por lo general, pertenecían a familias de clase alta.
Acoso, violación y prostitución forzada. Los abusos de la dictadura le sumaron dureza a la difícil situación que ya las mujeres vivían en República Dominicana, cuando solo en virtud de su poder, Trujillo y sus más cercanos colaboradores las acosaban, perseguían y violaban.
Además, bajo el influjo del terror o la pobreza material y de espíritu aparecieron padres, esposos y hermanos que simplemente las entregaban al sátrapa para que las usara sexualmente.
A veces era una transacción clara de sexo a cambio de beneficios materiales o políticos, una forma de prostitución forzosa que se constituía en violencia. Después eran obligadas a practicarse abortos y casarse con subalternos de sus ultrajadores.
Por suerte o cuestiones de espacio y tiempo, no fue un drama que vivieran todas las familias. Trujillo y sus adulones no pudieron ir a todos los desfiles de batón ballet, reinados y actividades, a avistar, seleccionar, perseguir y atrapar a sus `presas´.
Algunas pudieron huir y esconderse. Otras fueron seducidas, como la hermosa Lina Lovatón, reina del carnaval de la capital en 1937, que con 17 años se convirtió en amante oficial y terminó siendo madre de dos de los hijos de El Jefe, quien le llevaba 29 años. Lovatón era compañera de colegio de Flor de Oro Trujillo, la hija mayor del tirano.
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