viernes, 27 de noviembre de 2015

YA HA PASADO UN AÑO SIN EL CHAVO DEL 8.

Usted también ha usado el “Pa’ qué te digo que no, si sí” de La Chimoltrufia o el “Dígame, Licenciado” de Chaparrón Bonaparte. Usted también se conmovió con El Chavo en Acapulco o cuando a ese mismo niño lo acusaron de ladrón mientras que nosotros sabíamos que era un vecino nuevo o un sonámbulo el culpable. Usted también se detiene cuando alguno de los canales del zapping eterno que somos los pertenecientes a esta raza que Eloy Fernández Porta llama con tino Homo sampler se consigue con alguna obra de Chespirito convertida en repetición.
Se dice tan poco de la televisión. Se dice tan poco de los payasos. Nos avergüenza tanto la posibilidad de reconocernos como un niño más que aplaude en el circo. Ha sido muy difícil escribir esta nota con este tono, pero sucede que las emociones y los duelos pasan, pero de la tele y de la risa y de las ideas y de  sus próceres se dice tan poco.
A un payaso con una potencia continental tan grande como Chespirito no se le puede despedir desde la tragedia. A veces es preferible la taxidermia dolorosa de lo enciclopédico, porque al menos permite recordar cuánto creó, cuánto logró, cuánto pudo hacer contraviniendo lo que en las alturas de la cultura académica parecía un error.
Ponerse a México en la boca, ponerlo en los diálogos de sus personajes, en nuestras voces, todo antes de esta estupidez del sobreestimado acento neutro que hace que todos los cachorros humanos dejados bajo la custodia de esa niñera en la que se han convertido Cartoon Network y Disney Channel digan “césped” y “emparedado”. Y viéndolo así, Roberto Gómez Bolaños fue un paladín de la belleza que esconde la singularidad de nuestros acentos, de nuestra palabra, de nuestra mezcla: un héroe rayocatódico y technicolor
Pero los héroes también se cansan, se retiran, nos abandonan. Hoy hay uno menos ejerciendo la cándida nobleza de contar un chiste repetido. En adelante, estaremos a merced de “El bribón de alma sucia,/ el malhechor desalmado”, a menos que tengamos la valentía de reconocer que no contábamos con su astucia: “¡El Chapulín Colorado! / iChanfle! iChanfle!”

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