Si no quiere que tu orgullo de ser dominicano caiga desparramado al piso, hecho trisas en mil pedazos, no te sientas a ver o a escuchar los noticiarios del país. La vergüenza ajena te embargará, te sembrará el paladar de un virulento sabor amargo, que te corroerá los huesos de la indignación.
La delincuencia tiene de rodillas al país, y la problemática mayor consiste en que en la actualidad no se tiene un perfil determinado del delincuente común. Hoy en día puede ser tan cuatrero, por ejemplarizarlo, el abogado, el médico, como también, el más respetado miembro de la policía.
Combatir la delincuencia es una tarea difícil para cualquier país, más aún cuando los limitados recursos económicos con los que cuenta La República Dominicana no son utilizados efectivamente. La política ha sido siempre combatir al delincuente cuando ya es un criminal, no la prevención.
La falla ha sido generalizada: desde el descuido del núcleo familiar, hasta la implantación de la política social del gobierno. La familia es la base fundamental para desarrollar ciudadanos respetables y la educación el medio de prevención, pero la sostenibilidad moral, para algunos, va a depender de las oportunidades que ellos vislumbren para el futuro.
La concentración mayor de nuestros ciudadanos se encuentra en las zonas rurales, donde mayor es el abandono gubernamental. Son esos mismos ciudadanos, carentes de estudios, de oportunidades, de dominio de un oficio decente los que abarrotan las grandes ciudades, que también cuentan con limitadas oportunidades.
La concientización social tiene que volver a los hogares. Ningún niño nace criminal: se hace en los hogares y en nuestras calles. Si a la primera señal de delincuencia los padres actúan, si el gobierno endurece la política social, encaminada a que cada niño tengo lo necesario para vivir, la obligación de ir y permanecer en la escuela, entonces, verdaderamente, se está combatiendo la delincuencia.
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